domingo, 4 de mayo de 2008

Novela por entregas.

¡CAVERNÍCOLAS!

Héctor Libertella



LA HISTORIA
DE HISTORIAS
DE
ANTONIO PIGAFETTA

I

Esto de don Ferdinando es lo que más me conmueve, ésta su queja, tantas veces repetida en altamar: ¡ah, follones!, muy otra habría sido mi suerte si yo estuviera bajo don Juan de Portugal. Entonces sería un señor de los Mares. Y probos caballeros navegarían conmigo. y no como ahora que por vosotros, holgazanes, estoy convertido en esta miseria. Estomismo subrayo con mi mejor plumín, para que su orgullo de Capitán quede aquí bordado y engalane la más rica de las telas.
Una tela más bella, debo decir, más variada y densa que aquellos carretes de terciopelo apilados en la bodega, mucho más recargada que esos tapices hindúes echados por cientos de brazas en los pasillos. Pues así como los españoles cuidaban los mejores paños para hacer trueque en el Oriente con idéntica pasión imaginaba yo mi manuscrito de fino hilado para darme en trueque, cuando volviera a la madre Italia.
Estaba dispuesto a disolverme en esa trama del dibujo, firmando con mano hábil mis más caras fantasías para que los lectores de tierra firme supieran cómo adeudarme en rato de placer (una parte del negocio), y queriendo ser fiel a la memoria de este sueño que era viajar en redondo, partir por la incierta gloria para volver a la patria e informar al Rey, que esa iba a ser otra de las urgencias de mi trabajo.
Pero, además, pedía al cielo bendito poder entretejer de manera hermosa las muchas cosas que hubiéramos conocido, comidas, plantas, costumbres y curiosos usos de la gente sin raza. Y, además, que además del cielo mi lengua me diera el tino de ser locuaz al contar aquella Empresa apostólica, de moso que el Papa Protector supiera cómo y cuánto agrandamos su reinado, junto a algunas observaciones de adorno en los márgenes, ciertos datos útiles para la Administración, y entre medio del todo un retrato verídico del capitán para que la avidez de los estadistas y comerciantes no hiciera olvidar con el ajetreo su gloria de Conquistador.
En fin, todo así atropellado y de tal manera que, cuando zarpamos, así también partieron empujándose unos con otros los proyectos.

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