CLAROS DEL BOSQUE 
E L  C L A R O del bosque es un centro en el que no siempre es 
posible entrar; desde la linde se le mira y el aparecer de algu- 
nas huellas de animales no ayuda a dar ese paso. Es otro reino 
que un alma habita y guarda. Algún pájaro avisa y llama a ir 
hasta donde vaya marcando su voz. Y se la obedece; luego no 
se encuentra nada, nada que no sea un lugar intacto que parece 
haberse abierto en ese solo instante y que nunca más se dará 
así. No hay que buscarlo. No hay que buscar. Es la lección 
inmediata de los claros del bosque: no hay que ir a buscarlos, ni 
tampoco a buscar nada de ellos. Nada determinado, 
prefigurado, consabido. Y la analogía del claro con el templo 
puede desviar la atención. 
       Un templo, mas hecho por sí mismo, por "Él", por "Ella" o 
por "Ello", aunque el hombre con su labor y con su simple paso 
lo haya ido abriendo o ensanchando. La humana acción no 
cuenta, y cuando cuenta da entonces algo de plaza, no de 
templo. Un centro en toda su plenitud, por esto mismo, porque 
el humano esfuerzo queda borrado, tal como desde siempre se 
ha pretendido que suceda en el templo edificado por los 
hombres a su divinidad, que parezca hecho por ella misma, y 
las imágenes de los dioses y seres sobrehumanos que sean la 
impronta de esos seres, en los elementos que se conjugan, que 
juegan según ese ser divino. 
       Y queda la nada y el vacío que el claro del bosque da como 
respuesta a lo que se busca. Mas si nada se busca, la ofrenda 
será imprevisible, ilimitada. Ya que parece que la nada y el 
vacío –o la nada o el vacío- hayan de estar presentes o latentes 
de continuo en la vida humana. Y para no ser devorado por la 
nada o por el vacío haya que hacerlos en uno mismo, haya a lo 
menos que detenerse, quedar en suspenso, 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
en lo negativo del éxtasis. Suspender la pregunta que creemos 
constitutiva de lo humano. La maléfica pregunta al guía, a la 
presencia que se desvanece si se la acosa, a la propia alma 
asfixiada por el preguntar de la conciencia insurgente, a la 
propia mente a la que no se le deja tregua para concebir 
silenciosamente, oscuramente también, sin que la interruptora 
pregunte la suma en la mudez de la esclava. Y el temor del 
éxtasis que ante la claridad viviente acomete hace huir del 
claro del bosque a su visitante, que se torna así intruso. Y si 
entra como intruso, escucha la voz del pájaro como reproche y 
como burla: "me buscabas y ahora, cuando te soy al fin 
propicio, te vuelves a ese lugar donde respirar no puedes", o 
algo por ese estilo suena en su desigual canto. Y un cierto 
sosiego puede procurar ese reproche y esa burla. En la escena 
de las bodas, único momento en que Dante encuentra cara a 
cara a Beatriz, la ve burlarse al modo de una dama sin más, 
con sus amigas, de la turbación que el enamorado sin par 
experimenta al verla de cerca y al poder servirla 
inesperadamente. Y huye a la pieza vecina, y el amigo 
introductor -guía- le pregunta  por la causa de tanta turbación. 
Io tenni li piedi en quella parte del avita di là de la quale non 
si puote ire più per intendimento di ritornare. 
       Y aparece luego en el claro del bosque, en el escondido y 
en el asequible, pues que ya el temor del éxtasis lo ha igualado, 
el temblor del espejo, y en él, el anuncio y el final de la 
plenitud que no llegó a darse: la visión adecuada al mirar 
despierto y dormido al par, la palabra presentida a lo más. Se 
muestra ahora el claro como espejo que tiembla, claridad 
aleteante que apenas deja dibujarse algo que al par se 
desdibuja. Y todo alude, todo es alusión y todo es oblicuo, la 
luz misma que se manifiesta como reflejo se da oblicuamente, 
mas no lisa como espada. Ligeramente se curva la luz 
arrastrando consigo al tiempo. Y no se olvidará nunca que la 
curvatura de luz y tiempo no es castigo, o que no lo es 
solamente, sino testimonio y presencia fragmentada de la 
redondez del universo 
 
 
 
 
 
 
 
y de la vida, y que el temblor es irisación de la luz que no deja 
de descender y de curvarse en todo recoveco oscuro, que se 
insinúa así, ya que directamente no puede sin violencia 
arrolladora permitirse entrar en nuestro último rincón de 
defensa. Y los colores mismos nacen para hacernos la luz 
asequible. Y el Iris resplandece, antes que arriba en los cielos, 
abajo entre lo oscuro y la espesura, creando así un imprevisible 
claro propicio. 
       Brillan los colores sosteniéndose hasta el último instante 
de un desvanecimiento en el juego del aire con la luz, y del 
cielo que apenas perceptiblemente se mueve. Un cielo 
discontinuo, él mismo un claro también. 
       Y los colores sombríos aparecen como privilegiados 
lugares de la luz que en ellos se recoge, adentrándose para 
luego mostrarse junto con el fuego en la rama dorada que se 
tiende a la divinidad que ha huido o que no ha llegado todavía. 
Y así son breves los detenimientos del amigo del bosque. Un 
doble movimiento lo reclama sobreponiéndose: el de ir a ver y 
el de llegarse hasta el límite del lugar por dónde la divinidad 
partió o la anunciaba. Y luego hay que seguir de claro en claro, 
de centro en centro, sin que ninguno de ellos pierda ni desdiga 
nada. Todo se da inscrito en un movimiento circular, en 
círculos que se suceden cada vez más abiertos hasta que se 
llega allí donde ya no hay más que horizonte. 
       Alguna figura en esta lejanía anda a punto de mostrarse al 
borde de la corporeidad, o más bien más allá de ella, sin ser un 
esquema ni un simple signo. Figuras que la visión apetece en 
su ceguera nunca vencida por la visión de una figura luminosa 
ni por esplendor alguno. Algún animal sin fábula mira desde 
esta lejanía. Algún jirón se desprende de una blancura no vista, 
algo, algo que no es signo. Nada es signo, como si se 
vislumbrase un reino donde lo que significa y lo significado 
fuera uno y lo mismo, donde el amor no tiene que ser 
sostenido ni la naturaleza ande como oveja perdida o 
sorprendida que se aparece y se esconde. Y la luz no se refleja 
ni se curva 
 
 
 
 
 
 
ni se extiende. Y el tiempo sin derrota no transcurre, allá lejos 
donde se enuncia el centro al que espejan en instantes los 
claros de este bosque. 
       Y la visión lejana del centro apenas visible, y la visión que 
los claros del bosque ofrecen, parecen prometer, más que una 
visión nueva, un medio de visibilidad donde la imagen sea real 
y el pensamiento y el sentir se identifiquen sin que sea a costa 
de que se pierdan el  uno en el otro o de que se anulen. 
        Una visibilidad nueva, lugar de conocimiento y de vida 
sin distinción, parece que sea el imán que haya conducido todo 
este recorrer análogamente a un método de pensamiento.  
       Todo método salta como un "Incipit vita nova" que se nos 
tiende con su inajenable alegría. Se oye el alleluia en el 
Discurso cartesiano. El resonar del voto aceptado al descubrir 
la "Clarté" a la oscura sacra Madona de Loreto. Mas lo que se 
vislumbra, se entrevé o está a punto de verse, y aun lo que 
llega a verse, se da aquí en la discontinuidad. Lo que se 
presenta de inmediato se enciende y se desvanece o cesa. Mas 
no por ello pasa simplemente sin dejar huella. Y lo entrevisto 
puede encontrar su figura, y lo fragmentario quedarse así como 
nota de un orden remoto que nos tiende una órbita. Una órbita 
que menos aún que ser recorrida puede ser vista. Una órbita 
que solamente se manifiesta a los que fían en la pasividad del 
entendimiento aceptando la irremediable discontinuidad a 
cambio de la inmediatez del conocimiento pasivo con su 
consiguiente y continuo padecer. 
       Todo método es un "Incipit vita nova" que pretende 
estilizarse. Lo propio del método es la continuidad, de tal 
manera que no sabe pensar en un método discontinuo. Y como 
la conciencia es discontinua -todo método es cosa de la 
conciencia- resulta la disparidad, la no coincidencia del vivir 
conscientemente y del método que se le propone.  
       Surge todo método de un instante glorioso de lucidez que 
está más allá de la conciencia y que la inunda. Ella, la  
   
 
 
 
 
conciencia, queda así vivificada, esclarecida, fecundada en 
verdad por ese instante. Si el método se refiere tan sólo al 
Conocimiento objetivo, viene a ser un instrumento, lógico al 
fin y sin remedio, aunque vaya más allá del "Organon" 
aristotélico. Y queda entonces como instrumento disponible a 
toda hora. Mas no a toda hora el pensamiento sigue la lógica 
formal ni ninguna otra por material que sea. La conciencia se 
cansa, decae y la vida del hombre, por muy consciente que sea 
y por muy amante del conocer, no está empleada 
continuamente en ello. Y queda así desamparado el ser, queda 
librado a todo lo demás que en sí lleva, y que si ha sido 
avasallado, amenaza con la rebelión solapada y con la simple y 
siempre al acecho inercia. 
       Y así sólo el método que se hiciese cargo de esta vida, al 
fin desamparada de la lógica, incapaz de instalarse como en su 
medio propio en el reino del logos asequible y disponible, 
daría resultado. Un método surgido de un "Incipit vita nova" 
total, que despierte y se haga cargo de todas las zonas de la 
vida. Y todavía más de las agazapadas por avasalladas desde 
siempre o por nacientes. Un método así no puede tampoco 
pretender la continuidad que a la pretensión del método en 
cuanto tal pertenece. Y arriesga descender tanto que se quede 
ahí, en lo profundo, o no descender bastante o no tocar tan 
siquiera las zonas desde siempre avasalladas, que no 
necesariamente han de pertenecer a ese mundo de las 
profundidades abisales, de los ínferos, que pueden, por el 
contrario, ser del mundo de arriba, de las profundidades donde 
se da la claridad. Mas, ¿cómo sostenerse en ella? 
       ¿Qué significa en verdad este “Incipit vita nova", que todo 
método, por estrictamente lógico, instrumental que sea trae 
consigo? No puede responder más que a la alegría de un ser 
oculto que comienza a respirar ya vivir, porque al fin ha 
encontrado el medio adecuado a su hasta entonces imposible o 
precaria vida. Los ejemplos del método cartesiano, y antes del 
encuentro de San Agustín con su evidencia, con la verdad 
 
 
 
 
 
que vivifica su coraz6n -centro de su ser entero- vienen por sí 
mismos. Y la "Vita Nova" de Dante, enigmático breviario 
sinuoso, espiral que avanza y retrocede para en un instante 
recobrarse por entero. ¿No son todos ellos la repercusión de un 
instante, de un único instante que se perpetúa discontinua- 
mente, a punto de perderse salvándose porque sí y, por lo que 
al sujeto hace, por una fidelidad sin desfallecimiento? Es un 
centro, pues, que ha sido despertado, centro de la mente tan 
sólo -si es que los métodos estrictamente filosóficos de 
Aristóteles y de Cartesio lo son como se suele creer. Y centro 
del ser cuando el amor entra en juego declaradamente. Y 
cuando entra en juego, declarado o sin declarar, es lo que 
decide. Y entonces se arriesga (pues que desde hace siglos, o 
desde el principio de la cultura llamada de Occidente, la 
mística está en entredicho) que se piense que ronda la mística 
o que recae en ella. Y si el veredicto es más leve, que es cosa 
de poesía, por tanto tal equívoco, que sería el método de un 
vivir poético. Y nada habría que objetar si por poético se 
entendiera lo que poético, poema o poetizar quieren decir a la 
letra, un método más que de la conciencia, de la criatura, del 
ser de la criatura que arriesga despertar deslumbrada y aterida 
al mismo tiempo. 
       Y se recorren también los claros del bosque con una cierta 
analogía a como se han recorrido las aulas. Como los claros, 
las aulas son lugares vacíos dispuestos a irse llenando 
sucesivamente, lugares de la voz donde se va a aprender de 
oído, lo que resulta ser más inmediato que el aprender por letra 
escrita, a la que inevitablemente hay que restituir acento y voz 
para que así sintamos que nos está dirigida. Con la palabra 
escrita tenemos que ir a encontrarnos a la mitad del camino. Y 
siempre conservará la objetividad y la fijeza inanimada de lo 
que fue dicho, de lo que ya es por sí y en sí. Mientras que de 
oído se recibe la palabra o el gemido, el susurrar que nos está 
destinado. La voz del destino se oye mucho más de lo que la 
figura del destino se ve. 
lunes, 20 de julio de 2009
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