domingo, 29 de noviembre de 2009

El escándalo y el fuego.




I

Una noche mordí
aquella pepita,
el inconfundible
gusto de mí mismo.
¿Qué es ese temblor
hacia el que corro,
ese viento del que no sé
si es el ser o el no ser?
Cuando me vuelvo
lamen mi cara
las llamas
de la ciudad incendiada.


II


Solo entre los animales,
que desconfían de mi pie,
empero dulce para ellos.
Solo entre las cosas,
débiles,
que recelan de mi mano,
quisieran devorarla.
Solo ante mi vida,
esta extraña
que no cesa de transcurrir.
Solo ante los ángeles,
que no oyen más que a los héroes.
La tormenta estival
crece
y crece
en el vientre del río
y el aire
seguirá
hundiéndose
en mis pulmones.


III

Exactamente a la hora
eb que el sol cae
sobre el joven pino
que desde nuestra ventana
veíamos antaño doblegarse
bajo el viento.
En ese instante aquí,
un poco atrás de mi silla,
a la derecha, casi junto a mí,
una enorme dulzura,
un quietísimo movimiento,
la invisible
flor de las flores.
¿A qué mortal escuálido
le basta con sentir?
Hazme ver el rostro
del Señor verdadero, hazlo.
Volví la cabeza entonces
y la dulzura ya no estaba.
Fue en ese instante
cuando el maligno Saturno
comenzó a entrar en la casa
de mi muerte solitaria.


H.A.Murena, El escándalo y el fuego, 1959.

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