jueves, 1 de mayo de 2008

Diario.

XVIII

(Mar del Plata)


Sábado

Camino hacie el sur apenas me detuve en Buenos Aires. Debía ir a la estancia de “Dus” Jankowski, cerca de Necochea. Pero Odynec me metió en el coche y me llevó a Mar del Plata. Tras ocho horas de viaje, he aquí la ciudad, y de pronto, a un lado, a la izquierda y visto desde lo alto, el océano. Nos adentramos en las calles y por fin llegamos a la quinta. Ya lo conozco. Enormes y susurrantes árboles en el jardín, perros y cactos. Árboles frutales. Casa de campo.


Martes

El español con quien cenamos ayer. Un señor mayor, extremadamente cortés. Pero esta cortesía es como una red que lanza sobre la gente para atraparla. es tan cortés que uno no puede defenderse de él. Una cortesía parecida a los tentáculos de una medusa: cruel y voraz.
Estoy solo en la finca. Odyniec se ha marchado. Quien cocina y hace la limpieza es Formoza (la llaman así porque nació en el barco Formoza), la mujer del jardinero.


Miércoles

Estoy solo en este Jocaral (así se llama la quinta).
Me levanto a las nueve. Después del desayuno escribo hasta las doce. Luego leo Le vicomte de Bragelonne, de Dumas, y La pésanteur et la grâce, de Simone Weil. Duermo.
La temporada acaba de empezar. No hay mucha gente. Viento, viento y viento. Por la mañana, en mi despertar penetra el susurro de los árboles que rodean la quinta, y esos vientos variables del norte, del sur, del este no quieren callar; el océano brilla verde y se estrella blanco, salado y estrepistoso en la orilla rocosa; la espuma estalla; sobre la arena, una invasión continua de aguas que se alzan amenazadoras y remolinantes, sin un instante de silencio. Silencio. Esta locura es la paz. La línea del horizonte queda inmóvil. Inmóvil, el centelleo del espejo infinito. Movimiento inmovilizado, pasión de la eternidad…
Vagaba por lugares de más allá del puerto, por las playas salvajes de detrás de Punta Mogotes, donde las gaviotas en bandadas enteras, volando en contra del viento, tensas, de repente son lanzadas a unas alturas vertiginosas, y desde allí, en una bella línea en diagonal, en la que se une la inercia y el vuelo, se precipitan hasta la superficie del agua. Me quedo mirando horas enteras atontado y aturdido.
Cuando viajaba hacia acá, tenía la esperanza de que el océano me purificaría de las inquietudes y de que desaparecería este estado de ansiedad que me había asaltado en Melo. Pero los vientos no han logrado más que aturdir mis temores. Por la noche vuelvo de la estrepitosa orilla al jardín lleno de susurros desesperantes, abro con llave la casa vacía, enciendo la luz y como una cena fría preparada por Formoza, y luego…¿qué? Me quedo sentado y “exploto”, explota mi drama, mi sino, mi destino, la vaguedad de mi existencia…, todo esto me acosa. Mi paulatino alejamiento de la naturaleza y también de los hombres en los últimos años-el proceso de mi edad creciente- convierten estos estados de ánimo en algo cada vez más peligroso. La vida del hombre se convierte con los años en na trampa de acero. Al principio, elasticidad y blandura, uno se adentra en ello con facilidad, pero ahora la mano blanda de la vida se vuelve de hierro, despiadado frío metálico y terrible crueldad de la arteria que se endurece.
Hacía tiempo que lo sabía, pero no me preocupaba…, porque estaba convencido de que yo también iría cambiando a la par que mi destino, que al cabo de los años sería otro hombre capaz de afrontar la situación con su horror creciente. No elaboraba ningún sentimiento para esta hora de mi existencia, suponiendo que los sentimientos surgirían en mí por sí solos a su debido tiempo. Pero hasta ahora no los ha habido. Sólo estoy yo, y ¡qué poco cambiado!, con la diferencia de que se me han cerrado todas las puertas.
Llevo conmigo este pensamiento de la casa a la orilla, lo paseo por la arena tratando de perderlo en el movimiento del aire y del agua, y sin embargo precisamnete aquí veo el horror que se realizó en mí, porque si antes estos espacios me liberarban, hoy me aprisionan, sí, hasta un espacio libre se me ha convertido en prisión y camino por la orilla como alguien que se encuentra entre la espada y la pared. Esta conciencia de que ya he devenido. Ya soy. Witold Gombrowicz, estas dos palabras que llevaba sobre mi, ya realizadas. Soy. Soy en exceso. Y aunque podría acometer aún algo inesperado hasta para mí mismo, ya no tengo ganas; no puedo tener ganas, por soy en exceso. En medio de esta indefinición, versatilidad, fluidez, bajo el cielo inasible, yo soy, ya hecho, acabado, definido…, soy, y soy hsta tal extremo que esto me expulsa del seno de la naturaleza.


Jueves

Fui detrás del Torreón que protégé del viento, me quedé allí un tiempo sentado, después fui a la Playa Grande, allí me quedé tumbado, casi nadie, gran agitación del mar, estruendo, rugidos, golpes sordos. Al regresar, apenas podía avanzar por la fuerza del viento, que ahogaba, penetraba y sacudía. Belleza de las bahía, grandiosidad de los acantilados contemplados desde una altura de varios pisos, grupos de casitas de colores en las colinas, playas doradas por el sol.
Al volver a oscuras a Jocaral, los árboles aullaban como si los estuvieran desollando. Me he sentado a escribir a este diario, no quiero que la soledad vague en mí sin sentido, necesito gente, necesito lectores… No para comunicarme con ellos. Sencillamente para dar señales de vida. Hoy acepto ya todas las mentiras, convencionalismos y estilizaciones de mi diario con tal de poder pasar de contrabando, aunque sea un eco lejano, un pálido sabor de mi yo aprisionado.
Ya he mencionado que, aparte de Dumas, estoy leyendo La Pésanteur et la grâce, de Simone Weil. Es de lectura obligada. Tengo que escribir sobre este libro para un semanario argentino. Pero esta mujer es demasiado fuerte para que yo pueda rechazarla, sobre todo ahora, cuando en mi lucha interior estoy a merced de los elementos. A través de su creciente presencia a mi lado, crece la presencia de su Dios. Digo “a través de su presencia”, porque el Dios abstractos me suena a chino. El Dios elaborado por la razón de Aristóteles, Santo Tomás, Descartes o Kant, resulta ya indigesto para nosotros, es decir, los nietos de Kierkegaard. Nuestras relaciones, o sea, las de mi generación, con la abstracción se han malogrado del todo, o más bien, se han vulgarizado, porque manifestamos ante ella una desconfianza propia de un campesino; y toda esta dialéctica metafísica se me presenta, desde la altura de mi siglo xx, igual que se les presentaba a los sencillos terratenientes del pasado, para los cuales Kant era un cantamañanas. ¡Cuánto sudor para llegar a lo mismo, aunque sea en un nivel superior del desarrollo!
¿Pero hoy, cuando mi vida se ha vuelto, como he dicho, de hierro?La vida misma, en su monstruosidad, me empuja hacia la esfera de la metafísica. El viento, los árboles, el susurro, la casa, todo esto ha dejado de ser “natural” si yo mismo ya no soy naturaleza, sino algo paulatinamente expulsado de su seno. No soy yo mismo, sino lo que está pasando conmigo, aquello que reclama a Dios, esta necesidad o exigencia no está en mí, sino en mi situación. Observo a Simone Weil y mi pregunta no es:¿existe Dios?, sino que al contemplarla con estupefacción digo: ¿de qué manera, por qué arte de magia esta mujer ha logrado organizarse interirmente de un modo que es capaz de afrontar lo que a mí me destroza? Al Dios encerrado en esta vida, yo lo percibo como una fuerza puramente humana, independiente de cualquier centro terrestre, como un Dios que ella creó en sí misma con sus propias fuerzas. Una ficción. Mas, si estofacilita la agonía…
Siempre me ha asombrado que pudieran existir vidas basadas en principios distintos de los míos. Nada más corriente y vulgar que mi existencia, tal vez hasta repugnante o vil (yo no siento asco ni por mi ni por mi vida). No conozco ninguna grandeza, absolutamente ninguna. Soy un paseante pequeñoburgués que por azar llega a los Alpes o hasta el Himalaya. a cada instante mi pluma toca causas supremas y poderosas, pero si he llegado a ellas, ha sido jugueteando…; al vagabundear como un muchacho, he topado frívolamente con ellos. Una existencia heroica, como la de Simone Weil, me parece de otro planeta. es el polo opuesto al mío: si yo soy una permanente huida de la vida, ella la asume plenamente, elle s’engage, es la antítesis de mi deserción. Simone Weil y yo, uno no podría imaginarse un contraste más fuerte, dos interpretaciones que se excluyen mutuamente, dos sidtemas contrapuestos. ¡Y me encuentro con esta mujer en una casa vacía, en el momento en que me resulta ta difícil huir de mí mismo.


Sábado

Cuerpos, cuerpos, cuerpos… Hoy, en las playas protegidas del viento del sur, donde el sol calienta y broncea, cantidad de cuerpos. La gran sensualidad de la playa, pero como siempre mutilada, estropeada…A derecha y a izquierda, muslos, pechos, caderas, pies de chicas y de mujeres, puestos al descubierto, y las armonías flexibles de los chicos. Pero el cuerpo mata al cuerpo, el cuerpo quita fuerza al otro cuerpo. Esas desnudeces dejan de ser una aparición, se diluyen en su exceso, los aniquila la arena, el sol, el aire, y la belleza, de la gracia y del encanto; no importan, no son conquistadores, no hieren ni embelesan. Una llama que no calienta. El cuerpo que no excita, el cuerpo apagado. Esta impotencia también se me ha contagiado a mí, he vuelto a casa sin chispa, sin fuerzas.
Ah, sobre la mesa está mi novela y de nuevo tendré que esforzarme para inyectarle algo de “genialidad” a esa escena, que es como un cartucho mojado, ¡se niega a estallar!



Diario, Witold Gombrowicz.

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