Corte y Confesión
*
Por el capricho de no usar dedal,
el tatuaje invisible en sus dedos,
cuando acaricia hace saber
la belleza de la experiencia.
*
La hija de la costurera
ve las confecciones
casi listas
pendiendo del cordel
inaugurando
la última chingada
y sale afuera
a meter la nariz
por dentro de un solero.
Examina:
hilos
nudos
otros colores
detrás de pinzas
y alforzas,
que ni el sol ni el uso
van a desmerecer.
*
Se va fraccionando la siesta
según el ruido
de la pedalina
de la Gardini.
Hay un ritmo creado
para cuando golpea
el levantador de quinielas.
Pasá Adriancito,
que estoy trabajando,
andá echate unos párrafos
con mi marido.
*
Sigue Sarita cosiendo
a la luz
de la ventana.
Chueco cuenta
una historia
mientras
de los bailes
en la aldea San Adolfo
cuando se bailaba
La Chica de la Boutique.
Si hasta parece
que nunca
se terminara el hilo.
*
Una mano en el volante
la otra en el género
las piernas simétricas
y habituadas
a la pedalina
hacia el costado:
el mayor caudal posible
de luz solar
hacia delante:
la nada,
una pared
previsiblemente lacia.
Por eso no augura nada
la ex modista del pueblo
porque solo de ella misma
hacia atrás
es donde se encuentra
absolutamente todo
siempre.
*
Retales hilvanados:
un solo dedal
termina con la magia
de un tatuaje sin tinta
adrede el silencio
escondido
bajo la alforza.
Nada de don,
me dice,
la que eligió fue mi hermana:
ser Docente
Un parche verde
En las bombachas de campo.
Centón de proba
*
Para emparejar el largo
de la pollera campana plato
la costurera sube a la mesa
a la pequeña modelo.
Con una chinche
adhiere el centímetro
al hule de flores
y le pide a Anita
que vaya girando
tan despacito
como minutero
para poder marcar
con tiza blanca
donde se chingó
la pollera
campana plato.
La hija de la costurera
gira suavemente
abre los brazos
por su cuenta
cierra los ojos
para no ver
el viaje sutil
del estampado
en su cintura
y el seño fruncido
para ver bien
de la costurera
el género.
El cuarto es chico.
El calor está arriba.
La nena toca el techo de a ratitos,
Quieta hija,
la reta
la costurera,
Que ya termino.
Pero ella
no es que se aburra,
está deseando
verse con la pollera
campana plato
en lo máximo a lo que la prenda
puede aspirar:
Ceñir la cintura,
circundar las piernas
modeladas
de una destacada
Reina del Tomate.
*
Hacer el molde,
marcar con tiza,
probar muchas,
muchas veces,
dice el abuelo
que costureras
eran las de antes,
las que hacían de todo,
las que eran medio
ramos generales.
*
Coser a esa hora implica muchas cosas: el silencio del pueblo, la cortina abierta para enhebrar con destreza, el perro del turco Estalle que torea dos o tres veces, la transmisión por radio de la matutina a las 2 de la tarde.
La abuela y la máquina, la máquina y la abuela también, la mano acostumbrada a darle vueltas al volante, los pies juntos en el vaivén del pedal, el ruido del pedal, seco, constante por unos minutos, y después: la nada, un silencio. Ahí, esos segundos en que la siesta se hace toda porque ni el perro torea, la quiniela ya pasó y la luz suavemente penetra el vidrio, se frena la Gardini, se cansa la abuela,
ahí,
justamente ahí,
ambas respiran,
enmudecen,
Sarita estira los brazos,
se ajusta los lentes de ver al tabique
y cuando todo parece siesta,
sin demasiada tregua,
las productoras vuelven al ruedo.
*
Terminé
de componerte
el pantalón
dice ella.
Un componer
como un sanar
pero a esta altura
todos sabemos
de su arte
domingo, 23 de marzo de 2008
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1 comentario:
Hola Alfonsina,
Llegué acá por esas cosas de los link en los blog, en este caso el de Belén Ianuzzi a quien leo todos los días -que escribe.
Aquí el motivo de mi misiva: El título de mi blog "Corte y Confesión". Ahora me crucé con tu poema. Esas cosas de palabras en las que una se encuentra. Leerte. Eso. Saludos, www.norasefuedecasa.blogspot.com
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