viernes, 22 de febrero de 2008

UN PLIEGUE

el olor de la tormenta, el vapor, se evapora el verde,
el vapor en las hojas: a veces pasa lluvia, el sol no sale,
admonición burila rescoldos, charcos; la pureza,
entonces, hecha oscura, sinfín, situaciones traspasadas
trabándose, apenas. ¿desde cuándo llueve en esta vereda
y enfrente no, enfrente, anoto, la insípida
perforación que alguna nube infiere sobre la carne
esmaltada y compacta? cada rama pestañea: el olor
de los pigmentos deshechos entre manadas totalmente
impávidas, sobre la pantalla, cielo, en un charco
aspiro, me impido, suspende este entrecruzar, lejos
del ámbito, guiño fugaz que no responde.


"por nada", respondería, "como algo, mientras repta,
está durando", soplo, escudriñame, entorno volátil:
vi, en el espejo, al mosquito recién posado sobre el cuello
de ese individuo. tanto que olvidé, iba a decirte, también, de
tanto decirse se perdió. iba a simular una estancia sin frágiles
permutaciones e inacabarme y huir sin llamas
en el pelo. ¿algún micrófono oculto detallaría luego
ciertas virtudes relativas a la acción, que no se pueden narrar
sino una vez, una vez que el hecho se ha consumido?: algo
que puede anunciarse carece para siempre
de luz, mezclado en el mismo vaso, intacto, donde
los ángulos de piel disfrazan la voz
para que el ojo cruce un río.


¿desde cuándo sigo inmóvil, sendero de puntos que un
/cambio
de atmósfera eleva o gime? la sangre, robada, se aleja
para siempre: careciendo de memoria, juguetearé el vacío
dejado por mí, ahora que no estoy, me miro
desde la vereda de enfrente. él es un ánima a la pesca
de un vaticinio, mudanza cuya piel se cubre de
mosquitos: al sonreir, suspendido entre virajes,
las confituras del hecho, jardín que se reitera
por la evasión hacia los bordes -fuera de marco-, verde
empezando a distraerse si quien miraba está sediento
de materia musical que sólo un sueño entregaría
-fuera de marco-, verde, me quedo petañeando, rama
posada entre garras diminutas: aquello que el niño mira,
careciendo de memoria -el viejo cuyas manos
desaparecen, cederle el temblor
a unos guantes de goma. mientras se quedan
dormidos, "por nada", respondo, "me movería de esta
/vereda",
deja de llover, repentinamente. sé
que nunca ha llovido.


9 de abril de 1987

Reynaldo Jiménez, el té.

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