lunes, 25 de febrero de 2008

Colores. (fragmento)


I.

La enfermedad azul
es un niño que tiene la cara muy fría.
Una madre que no duerme hace días
descansando sobre una plantación.
Pulgones, semillas, ríos:
Paraguay.
Una tragedia, esperando.

Sabemos dos cosas sobre el azul:
que los griegos lo creían muerto
y que los egipcios lo tallaban de una piedra.

Sabemos que al enfermar cambiamos de color.
Sabemos que somos ciegos.
Y sin embargo,
acá estamos,
haciendo como que nunca nos vamos a morir.
Rastreando canteras de malaquita,
criando zorros y llorando.


II.

También hay pueblos costeros,
con chicas que se casan jóvenes,
o se hacen actrices
pero siempre van al baile
y estrenan vestidos.

Hay radios y nombres de niñas
muy delgadas que ven televisión
por la noche
noticias, pájaros perfectos.

Y millones de océanos vacíos
que hacen a sus pies
lo que las orillas hacen a las costas.



III.

Una marea que duró nueve meses
en el arroyo La Paciencia,
me la contaron pero yo estuve.

Yo estaba en lo que era el jardín,
antes de todo, era el jardín
donde terminaba el mundo
(entre las camelias la frontera,
justo al lado del cerezo)
y el agua subía, antes de todo,
el agua subía midiéndome el pulso,
entre las camelias, el agua subía.

Los pétalos del cerezo nievan
congelando los sauces,
se arremolinan a mis talones,
creen que soy la tierra, continente me creen,
país entre las camelias.

Se me deshacen estas noches
de agua quieta en que sólo brillan
los faroles de las casas más altas,
soy el pulso lento de este cielo doble,
de este agua que sube,
de esta orilla
midiendo el suelo que me queda
como si planeara una huida:
alrededor de mis pies tres metros
(¿cuántos cerezos caben en tres metros?)
alrededor de la cama un metro
(¿cuántos cerezos caben en una cama?)
en el muelle, dos metros más
(¿y cuántos metros de camelias?).

Sólo me duermo si el viento deja de soplar,
y si viene la calma, y me lleva.



IV.

Hay una vela que tartamudea,
estamos en un taller vacío
y afuera está muy húmedo.
Estamos tirados en el pasto,
teníamos que salir porque había una nube adentro
que bien podría habernos ahogado.

El amarillo de mi pañuelo brilla,
“no tanto como en Buenos Aires” te digo
porque estamos tan cansados.


V.

El pecho de los pájaros es el único lugar
donde podríamos dormir tranquilos.
Es hueco, verás,
y liviano,
es amplio y lleva países a su nombre,
verás, como nosotros.

En inglés hasta les llaman bellies,
como si fueran estómagos de niños,
y eso somos nosotros: niños, bellies,
campanas, panzas, accidentes de tráfico.

Los lunes de Tailandia, somos,
la mostaza, los lunes, los beatles,
las luces que no atraen mosquitos.

Un sueño chico en una casa grande,
somos más, verás.



Mercedes Villalba